domingo, 8 de febrero de 2009

Al sur del Atlas I: cruzando la cordillera

Marruecos, primeros días de enero de 2009
Viaje en 4x4 desde Marrakech, 7 dias
Cruzando el Atlas

En este viaje hemos hecho muchos kilómetros de coche, con poco tiempo para investigar un poco más allá de la carretera. Las montañas del Atlas y el desierto de arena cerca de Argelia son preciosos, pero lo que mas me ha impresionado, porque nunca lo había visto, son los enormes palmerales que aparecen en algún valle y por encima de todo el desierto de piedras: afiladas y de colores grises, pequeñas piedras sueltas cubren el paisaje hasta donde se pierde la vista. Donde las colinas se interponen, parecen gigantescas escombreras de material minero.

El viaje comienza en Marrakech. En un día soleado y alegre cruzamos el Atlas. Hacemos paradas breves para comer, recibir la explicación y el bautismo en la ceremonia del té en la casa de una familia, ver el paisaje, ir al baño, echar un cigarro... Vamos ocho personas en el todoterreno: Mustapha el chofer y dos familias. Uff, hemos tenido suerte, menos mal que nos llevamos bien, porque si no esto iba a ser duro!


Admiración

En la tienda

Cruzando el Atlas


Al atardecer nos metemos debajo de la sombra de las montañas. Desde el coche vemos a la gente caminar al borde de la carretera. Concentrados en su camino, marcan un ritmo constante y sin altibajos. Las más lentas son algunas mujeres, dobladas como alcayatas, que suben o bajan cargadas de enormes atados de leña y ramas de arbustos.


Mujer cargando leña, hombre apoyado en la pared


En los pueblos hay más sosiego y los hombres conversan de pie o se sientan en las puertas de las casas mientras investigan los rostros de los que pasamos por la carretera. A veces las miradas se quedan enganchadas, pero no hay tiempo, solo puedes hacer un saludo o sonreir. A menudo ni te da tiempo a reaccionar.

Cuando la carretera se separa lo suficiente del talud se encajan puestos de venta de cerámica, minerales y fósiles que se sostienen sobre plataformas hechas con rocas y postes envejecidos por el frio y la lluvia. No dan la impresión de ser muy consistentes, aunque tienen que serlo. Cuando nieva, llueve o simplemente refresca no se ve un alma, los tenderetes están demasiado expuestos buscando el mejor sitio para atraer la mirada de los que pasan en los coches. Sus dueños aguardan unos metros más allá, en pequeños refugios en los que se calientan a la espera de que un coche se detenga. Los nuestros no, la caravana de todoterrenos sigue una órbita balística determinada de antemano.


Caminando al lado del puesto de fósiles

Sabinar en las laderas del Atlas


Llegamos al puerto, a más de dos mil metros de altitud, justo para ver la puesta del sol. Hemos cruzado sabinares de troncos grises y retorcidos. Por encima de nosotros las cumbres están nevadas. Al otro lado emerge un rebosante embalse de nubes y el sol se está ocultando sobre olas que se mueven a cámara lenta.


Puesta de Sol sobre las nubes del valle


Mientras algunos se toman un café, otros contemplan las nubes. La niebla va y viene. Un hombre joven merodea en torno a nosotros sin acercarse demasiado. Está envuelto en un montón de mantas, pero lleva las pantorrillas al descubierto y usa unas sandalias o botas rotas y mal calzadas. Entra en el café y vuelve a salir. Al final, mientras la gente espera para volver a subirse a los coches, alguien le alcanza un cigarrillo. Lo enciende y fuma, ausente de todo lo que ocurre a su alrededor.


Pasando frío, un poco volado?


Nos zambullimos en la niebla y la oscuridad va creciendo a medida que nos hundimos el valle. Al poco rato ya no se ve nada y me concentro en la conversación para ayudar al coche a llegar antes a su destino.